Crítica de cine IV [Art Hunter oct-2010]

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Art Hunter octubre 2010

LOS 400 GOLPES.

François Truffaut, 1959

¿Cómo puede traer recuerdos una historia que no has vivido? Unos tiempos que llaman a la memoria, una amistad que revive una infancia que no experimentaste… Quizá sólo contada por fotografías, anécdotas y momentos pasados que unos padres o abuelos te contaron, y asimilaste sin querer como vivencias propias.

¿Será el blanco y negro? ¿El audio opaco por el ruido? Nuestra generación se figura el pasado sin color, y con abrigos grandes porque hacía más frío que ahora; con coches redondos en calles de tierra. Y la gente pálida. Y las rubias no existían. Ni los rubios. La sangre era negra y el cielo siempre nublado.

Pero todo esto no despunta sólo por ver una imagen monocromática, pues es nuestra propia imaginación la que crea ese ambiente particular a partir de unas historias, de unos personajes, de un estilo de vida que nos parece tan lejano, que todo el cosmos que lo rodea se percibe extraño. Ajeno. Aunque las personas que nos recreen tal sensación se encuentren sentadas ante nosotros reposando la cena que hemos compartido.

Nos hablan de cómo era esa juventud. Aquella que, hace tanto tiempo que dejaron
Aarón Herrero - Los 400 golpes
atrás, que diría el más niño de nosotros que ellos siempre fueron así. Como ahora. Incluso cerciorados de la foto del aparador donde lucen una piel extremadamente lisa y aterciopelada.

La magia del cine estimulada de forma indirecta por quien vivió aquel tiempo. ¡Menuda historia! Los 400 golpes logra como pocas películas ilustrar esa época y esa impresión de que el mundo antes era ilimitado, desconocido más allá del final del pueblo. Que las personas se tenían las unas a las otras, pero que la injusticia también podía atraparte y arrebatarte el aire. El tiempo ensanchado, los campos inmensos y las aldeas pequeñas, el sólo correr para huir de todo. El mar… Esa libertad que quedó allá cuando éramos pálidos.

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