Incorriente - Revista EA Nº1 [oct'10]


EA es una revista de ámbito local, impresa en Hellín (Albacete). Creada y dirigida por mi colega Sergio Mora, se encarga de llevar la voz del pueblo al papel, de difundir cultura histórica, fotografía arquitectónica y social, entrevistas a personajes célebres de la comarca... En mi caso, me ha dado vía libre para escribir artículos de opinión sobre lo que me venga en gana. fue idea mía hacer una ilustración para acompañarlos. Este dibujo es mío, pero en los siguientes tendré el honor de ser ilustrado por Helena Gómez, artista y amiga. O amiga y artista.

Espectadores de ahora

Supongo que usted vio la final del mundial. Seguramente oyó los coches pitar y las banderas ondear por las calles. No creo que pudiera escapar a ver en televisión el autobús de la selección recorriendo las calles de Madrid. Había un buen gentío siguiendo al vehículo. ¿Se fijó qué muchedumbre? ¡Cuánta gente mirando! Las grandes estrellas del fútbol a unos escasos metros de sus emocionados seguidores que miraban absortos… la pantalla de su teléfono móvil.

Sí. ¿Qué fue del directo? Estuve en el concierto de un afamado guitarrista. Las gradas llenas, la arena de la plaza que no cabía un alma. Éramos unos cuantos en las primeras filas armando jaleo, que nos vieran los del escenario. A medio concierto me di la vuelta a mirar el resto del asistente, que ya ni me acordaba de que estaba allí. Era de noche, y sólo se veían puntitos rojos por todos sitios. Ya dijo al público la representante del artista que “se dedicara a disfrutar del vivo del espectáculo, en vez de incordiar con las cámaras de vídeo”. Mentiría si no dijera que yo también grabé el solo de Hill Farmer's Blues.

En los tiempos de Impacto TV, no tenía cámara ni Dios. Y el que la tenía se curraba eficaces trampas para los abuelos y los gatos (al menos quiero pensar que era así). Entonces acumulaba un buen material y lo enviaba a Vídeos de Primera. Qué risa, oye. “Ojalá hubiera tenido una cámara de esas para grabar al chiquillo cuando se tiró del tejado con la capa”, pensó alguno.

Ale, pues ya está. Ahora todos tenemos una cámara en el bolsillo. ¡Es tan fácil y tan gratis grabar! Que luego está uno sobrio con los amiguetes y ninguno se reconoce en el vídeo que se grabó anoche en el bar, y esas experiencias hacen gracia. Pero está bien hasta cierto punto.
Aarón Herrero - Espectadores de ahora
Las nuevas tecnologías y sus aplicaciones -que nos hacen la vida más cómoda y sencilla blablablá- están generando muchas manías raras, conductas esclavistas y algún que otro “síndrome de Diógenes Internetil”, que llamo yo. Hay tanto insólito mundo virtual creado entre las redes sociales, realidad aumentada y generaciones del videojuego, que se podría tirar del hilo metros y metros. Pero esta vez me quedo con la Manía del Registro, ya que ésta nos afecta a muchos. En mi caso al menos, me doy cuenta, que ya es algo.

La Manía del Registro consiste en grabar todo acontecimiento que contenga cierto grado de emoción para quien lo presencia. El individuo no participa de la emoción de ser un público vivo, sino que se dedica a ser un espectador en tercera persona, para recrearse en el evento más tarde en su casa.

Sabemos que a todos nos gusta tener una muestra física de una hazaña especial -el día de la boda-. Cuanto mejor documentado esté el evento, mejor. Y si en vez de fotos tengo un buen vídeo, excelente. Pero una cosa es ser el blanco del meollo, que le hacen a uno las fotos, y otra es ser el asistente, que toca dedicarse a mirar.

La Manía del Registro puede estudiarse en el ejemplo de la carrera de Rally. Tenemos a un fanático moviendo puños y masticando chinarro en la curva al ver el Subaru derrapar. Y junto a él, otro fanático clavado en el suelo grabando con el móvil los coches, presenciando la carrera en una pantalla de 3x2cm. El piloto que sigue al Subaru sube la cuesta desquiciado, atropella un erizo y pierde el control del vehículo descontrolándose contra los espectadores. Mientras el del móvil busca el botón para abrir zoom y ver el coche entero en la pantalla, el que comía tierra se ha escondido tras un pino. Etcétera.

Si ha ido en persona a ver una carrera, un concierto, un desfile de estrellas o una manada de rinocerontes embistiendo cabinas telefónicas, tírele piedras, gríteles, viva el momento. Pero déjese el móvil, que seguro que lo graba otro y lo cuelga en YouTube. Vamos, digo yo.

Crítica de cine IV [Art Hunter oct-2010]

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Art Hunter octubre 2010

LOS 400 GOLPES.

François Truffaut, 1959

¿Cómo puede traer recuerdos una historia que no has vivido? Unos tiempos que llaman a la memoria, una amistad que revive una infancia que no experimentaste… Quizá sólo contada por fotografías, anécdotas y momentos pasados que unos padres o abuelos te contaron, y asimilaste sin querer como vivencias propias.

¿Será el blanco y negro? ¿El audio opaco por el ruido? Nuestra generación se figura el pasado sin color, y con abrigos grandes porque hacía más frío que ahora; con coches redondos en calles de tierra. Y la gente pálida. Y las rubias no existían. Ni los rubios. La sangre era negra y el cielo siempre nublado.

Pero todo esto no despunta sólo por ver una imagen monocromática, pues es nuestra propia imaginación la que crea ese ambiente particular a partir de unas historias, de unos personajes, de un estilo de vida que nos parece tan lejano, que todo el cosmos que lo rodea se percibe extraño. Ajeno. Aunque las personas que nos recreen tal sensación se encuentren sentadas ante nosotros reposando la cena que hemos compartido.

Nos hablan de cómo era esa juventud. Aquella que, hace tanto tiempo que dejaron
Aarón Herrero - Los 400 golpes
atrás, que diría el más niño de nosotros que ellos siempre fueron así. Como ahora. Incluso cerciorados de la foto del aparador donde lucen una piel extremadamente lisa y aterciopelada.

La magia del cine estimulada de forma indirecta por quien vivió aquel tiempo. ¡Menuda historia! Los 400 golpes logra como pocas películas ilustrar esa época y esa impresión de que el mundo antes era ilimitado, desconocido más allá del final del pueblo. Que las personas se tenían las unas a las otras, pero que la injusticia también podía atraparte y arrebatarte el aire. El tiempo ensanchado, los campos inmensos y las aldeas pequeñas, el sólo correr para huir de todo. El mar… Esa libertad que quedó allá cuando éramos pálidos.

Crítica de cine III [Art Hunter oct-2010]

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Art Hunter octubre 2010

 
LA CINTA BLANCA.
Michael Haneke, 2009

¿Has intentado alguna vez pegar dos lápices por las puntas con Súper Glue-3? Se puede hacer, siempre que no intentes que la unión se sostenga si sujetas sólo uno de ellos y los suspendes horizontalmente. Es que lo he comprobado mientras veía la película.

Puede que resulte ilógico comentar un film para meterse con él. Sobre todo si, como es el caso, he sido yo el que ha elegido la película para que mi compañero y yo hablemos sobre ella. Es como decir: “Hola. He dedicado dos horas y media a hacer algo para luego quejarme”. Pero no, no es tan tonta la cosa. Creo que si todas las películas que comentamos aquí las cargáramos de maravillas y elogios, una de dos: o no sabemos ser objetivos, o es que sólo elegimos las que nos gustan. Y me disgustaría que pasara eso.

Después de 144 palabras, aún no he dicho nada de La cinta blanca, pero esto apunta a que voy a despotricar. Pues no, amigos. Sobre todo después de leer el comentario de mi colega, que me ha hecho sentir un poco simplón al no haberme yo percatado de esos detalles que de una forma tan elegante él ha hecho relucir en la historia
(leer en página 22).
A mí me la recomendaron unos buenos amigos. Sé de los festivales en los que ha brillado su nombre; sé también que es fuente de inspiración entre esos “cinéfilos entendidos”. Vamos, ¡que por eso dije de ver ésta este mes! Y aún a riesgo de ser impopular, en estas líneas no aparecerán las palabras “entretenida”, “sobrecogedora” ni “obra”. Ni “de arte”.

¡Ah! ¿Que lo que pasa es que no me mojo? Sí me estoy mojando, pero al estilo de la película: diciendo una cosa pequeña en 40 frases. Dilatándome a lo largo de 6 párrafos para decir -eso sí- una opinión tan válida como cualquier otra: es larga. La película está muy bien, pero es larga.

¡No obstante!, creo que nunca olvidaré la conversación entre el doctor y su esposa, capaz de traumatizar al espectador más inmutable, momento álgido provocado sin duda por el contraste de dinamismo con resto de la cinta (nunca mejor dicho).
Aarón Herrero