Se descubren muchas cosas mientras uno va por la carretera, además de los pantanos, los caminos recién asfaltados que tanto gusto da estrenar, las liebres suicidas, los rinconcitos a los que llevarías a la chica de antes –pero ya no–… Digo que además de todo eso, se descubre… al resto de los conductores.
Dejemos claro que esto pasa más circulando por la ciudad, que es mi caso. Conducir es una actividad mecánica, como ducharse, ordenar la habitación, hacerse la cena o escuchar hablar a una madre. Ya se hace sin pensar, dándole la oportunidad al cerebro para mariposear entre tonterías mientras el cuerpo está en lo suyo frotando el sobaco con la esponja. Y así cantamos, bailamos, se nos ocurren chistes, los recuerdos florecen… Parece que no, pero son pequeños descansos durante el día. Nadie le ve a uno cantando mientras se ducha (o eso es lo que usted se crees), pero cuando conducimos sí.
El coche es nuestro gran amigo, esa segunda casa con ruedas en la que se hace de todo. Pero de todo. Cuando están las ventanas subidas y la música alta, somos invisibles. Pasamos a formar parte del mobiliario de la ciudad y perder nuestra identidad... Pues bien, yo invito a despertar de ese feliz mundo de rayas blancas (no se me malinterprete) y mirar más allá de la ventanilla, porque está todo lleno de locos. | | El primero yo, que se me puso en verde, en rojo y en verde y en rojo mientras gritaba una canción de Muse. Estaba armando tal espectáculo que cuando desperté del trance, vi que los del coche de mi lado en el semáforo habían preferido quedarse a mirar y disfrutar de la euforia. Hubo unos segundos largos mientras me miraban y reían hasta que el semáforo volvía a abrirse…
Pero eso pasa mucho. Por la mañana temprano, cuando los programas éstos de coña en la radio, casi todo el mundo va partiéndose el culo, sobre todo si va solo. ¡Que te veo! Al medio día el hambre nos convierte en zombis furiosos atajando en las rotondas. También es cuando los niños salen del cole, y nos miran por la ventana desde el asiento de atrás. Nos miran mucho. Cómo aguantan la mirada… Casi tanto como los perros. Los perros ganan. Y se hincha uno a ver gente con el móvil. Se ve a la legua, conducen como si le faltaran los brazos, joder.
¿Y la Policía? Es a quien más veces he visto incumplir las normas de circulación. Que yo sepa, sólo pueden obviarlas en situación de emergencia. Si no, ¿puedo parar a un policía y pedirle los papeles si se salta un semáforo porque sí? Hace poco me quedé perplejo observando a un guardia civil conduciendo con un mapa desplegado en el volante, dándole explicaciones a sabe Dios quién con el móvil. Y no tenía ninguna pinta de ir de emergencia.
| | ¿Es que son súper hombres? ¿Me he perdido algo? ¿Sus sentidos y reflejos son tan superiores a los míos, que si se me ocurriera imitarlos, me merecería un buen escarmiento por amenazar al mundo con mi terrible torpeza? ¿Os creéis mejor que yo? Ah, pues entonces no entiendo lo que me ocurrió cierta noche. Noche ya mítica, en la que arrancando yo de un semáforo en verde sin nadie delante, me pegaron un topazo por detrás. Cuando bajé del coche descubrí que la Policía Nacional se había partido el morro contra el culo del Mercedes/tanque que llevaba yo entonces. Fue muy difícil aguantarse la risa mientras les decía “cualquiera puede cometer un error, todos somos humanos”. Manda huevos.
A mí no me pasó nada, ni al coche, pero podría haberles jodido bien con una denuncia de esas de cuello roto… Pero no sé. El destino me ha salvado a mí de muchas situaciones chungas. Muchas. Y al destino hay que darle para que te dé a ti. Algún día hablaré de eso.
Los nacionales eran dos jovenzuelos. Seguramente iban mirando las tías buenas del coche de al lado. |